Para cualquier persona normal, el día empieza cuando el despertador suena. Abre el frigorífico, desayuna, se viste y lava, y empieza un nuevo día. Pero todos no viven igual. En un lugar arenoso, alejado del mundanal ruido, una niña se levanta entumecida del frío, su casa no tiene paredes aislantes de la humedad, dolorida, ya que no tiene un cochón donde acomodarse, y hambrienta, pero la comida ha de esperar, primero hay que conseguirla.
Sin esperanza alguna de cambiar su vida o futuro, sin posibilidad de quejarse, de adormilarse, o remolonear en la cama, se viste rápidamente y sale de su refugio, cuatro paredes y un techo de madera y otros materiales.
No puede llorar ni ir a la escuela, tiene que ayudar a su familia. Le han enseñado a hablar en su lengua materna, y a comunicarse con pocas palabras en la lengua propia del país donde vive. No sabe leer, ni escribir, ya que no piensan que eso le vaya a servir de algo. Su oficio le ha obligado a dejar de ser niña demasiado pronto. Con un carro su padre le espera para empezar a trabajar. Y así se pasa todos los días de su vida, recogiendo lo que los demás consideran basura, para poder subsistir.
En el atardecer de un día en que paran para comer lo que han podido conseguir durante este, se sientan a descansar cerca de un pequeño parque, a esa hora repleto de pequeños jugando. La niña distraída por las risas decide separarse de su grupo para acercarse a observar mejor la diversión, hecha realidad. No sabe muy bien por qué esos otros niños pueden hacer cosas tan libremente como correr sin tener que estar pendiente de mendigar. Sentada en un banco cercano a ella hay otra niña, mirándola fijamente. Asustada por la verdad que revela su mirada se da la vuelta y empieza a marcharse, pero es detenida por una pequeña mano agarrada a su viejo, sucio y raido jersey. Al volverse no encuentra una pregunta, ni una mirada de desagrado, sino a una niña con las manos extendidas y un libro en estas. Ella no sabe leer, nunca había tenido un libro o algo que se asemejase a aquello, tan pulcro, nuevo y… bonito. Colores, dibujos, y letras, muchas letras. Un cuento, algo sobre una bestia que vivía en una casa muy grande, rodeado de muchas cosas raras, algunas como las que recogía todos los días. Y una chica que parece ser una amiga… Un hombre malo que quiere hacerle daño al monstruo aunque este es bueno…
La niña sale de su ensimismamiento por la voz que le llega de su padre. La llaman y tiene que regresar pero cuando quiere devolver el libro a su legítima dueña esta ya ha desaparecido. Puede dejarlo en el suelo y seguir trabajando, pero es algo tan distinto a lo que siempre ha poseído que decide guardárselo dentro de la camiseta, entre su barriga y los pantalones. No sabe si su familia le permitirá quedárselo y ella realmente lo desea.
Al llegar al lugar donde vive, entra corriendo y algo nerviosa al sitio donde suele dormir, y con agilidad y cuidado se levanta el jersey y la camiseta y saca el libro. Vuelve a contemplarlo y es algo tan perfecto…, es lo más maravilloso que ha visto nunca. Como en su tiempo Howard Carter al encontrar la cámara en la que reposaba Tuntankamón, o en la ficción Alí Babá al encontrar el tesoro de los cuarenta ladrones, esta niña experimentó ese mismo sentimiento, tan profundo y desconocido para ella, como es el de descubrir un tesoro. Ese libro hasta el día en que desapareciera de sus manos sería su joya más preciada. Lo envolvió en una camiseta sin que nadie lo viera y muy despacio lo guardó bajo las mantas donde dormía.
La vida, justa o injusta, es diferente para todos. Esta niña como otras muchas nunca podrá conseguir la educación necesaria para leer ese tesoro envuelto y escondido. Y si alguna vez lo consiguiera o alguien pudiese leérselo, su interés ya no sería el mismo. Las esperanzas de una niña como ella, son frágiles al principio y desaparecen al final; la vida sigue y surgen otras preocupaciones.
Este cuento, como otras muchas vidas no tiene un final feliz. Y si entristece leer un relato ficticio como este, el conocer la historia real de muchas otras personas, el saber que hay gente que de verdad no puede leer, evadirse, conocer nuevas aventuras y crecer, es aún mucho más triste.
NOMBRE: ANA Mª CREMADES GARCÍA
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