Todos los días, Margarita, en torno a las 10 de la mañana, salía de su casa con la esperanza de que algún día alguien la viese tras la ventana de la clase a la que cada día ella se asomaba.
Margarita era una niña rubia con una larga trenza, alta, de piel clara, decidida, madura…que vivía en una sencilla casita en las afueras de Argamasilla de Calatrava, junto a otras pocas familias que vivían en condiciones similares. A sus trece años no entendía cómo algo tan importante para ella como era aprender a leer, a otros chicos de su edad les pudiese parecer aburrido e inútil.
El padre de Margarita, un honrado campesino, marchó a la ciudad en busca de poder mejorar la situación económica familiar cuando ella contaba con tan sólo cuatro años de edad. Cada semana, Margarita recibía una carta de su padre, unas cartas que sólo pudo entender gracias a la ayuda de Pablo, un chico del pueblo, el único chico del cual, sin importarle que fuese cinco años mayor que ella, vivía locamente enamorada.
Cada tarde, Pablo dejaba a un lado sus estudios de maestro de escuela para poder verse con ella en un parque de las afueras, cercano a su casa y allí él se dedicaba a leerle a Margarita las cartas que su padre le escribía.
Un día, llegó al pueblo un maestro nuevo, nacido y crecido en Madrid, con un interesante propuesta que llevar a cabo, como era el de poder enseñar a los niños con menos posibilidades, a cambio de hospedaje durante los seis meses que duraría su estancia allí.
Margarita no dudó un instante en presentarse ante él para pedir su ayuda y poder asistir a sus clases.
Tras dos meses, Margarita ya se defendía bastante bien con la lectura, fueron dos meses de notables e inmejorables cambios en su vida. Muchas cosas comenzaban a tener sentido, empezando por que podía percibir las palabras escritas por su padre con sus propios ojos; pero un día, todo se torció al caer su madre gravemente enferma. Margarita tuvo que dejar escapar la gran oportunidad que el maestro ofrecía para ayudar a su madre, dedicarse a la casa, al huerto y sobre todo al cuidado de su hermana pequeña, Lucia.
Desde ese día, Margarita recogía las hortalizas con grandes lágrimas que se deslizaban suavemente por su rostro, aunque en ocasiones no podía evitar mostrar una sonrisa al ver la torpe pero agradecida ayuda de su hermana Lucia. Solo por la noche tenía un ratito para ella antes de acostarse en el que cogía unos libros viejos de historia y, poco a poco, continuaba con su gran ilusión de estudiar y aprender, como todos los niños de su pueblo. Mientras tanto, las cartas de su padre seguían llegando, cartas a las que ella nunca había respondido, ya que era algo muy personal que no quería que nadie hiciese por ella. Cada tarde, continuaba viéndose con Pablo. Él acudía a su casa para ayudarle con la escritura y traía algunos recursos de su granja para poder aportar algo más de ayuda a su adorable y hermosa Margarita.
6 meses después…
Una mañana llegó a casa de Margarita el maestro para despedirse y proponerle a su madre una gran mejora de su enfermedad en Madrid, ya que su hermana era una prestigiosa médico que dirigía su propia clínica privada, a lo que, con decisión, acepta y parten sin más demora a la ciudad.
En este momento, Margarita con clara señal de alegría en su rostro, agarra papel y lápiz, y comienza a escribir su primera carta a su padre, algo que hizo posible la incansable ayuda que mostró Pablo para que aprendiera a escribir.
Poco después, Pablo recibe la noticia de poder sustituir al maestro en la escuela; una buena noticia que se suma con el regreso de la madre totalmente curada tras un estudio fuerte e intenso tratamiento de su enfermedad, trayendo consigo una pequeña ayuda económica por parte del maestro que ayudaría a que Margarita pudiese comenzar por fin un curso en la escuela, teniendo como profesor a quien sería poco después el correspondido amor de su vida. Además, contaban con un dinero que comenzó su padre a mandar a la casa ya que había conseguido emplearse de encargado en una gran empresa de alimentación.
Finalmente, un día como otro cualquiera, en torno a las 10 de la mañana, Margarita se encontraba en su soñada clase, sentada en su pupitre, escribiendo una nueva carta a su padre, con el fin de contarle las recientes noticias que se habían acontecido en los últimos días, mientras, a intervalos de emoción, miraba tras la ventana que desde pequeña le hacía envidiar todo lo que dentro de ella sucedía. Cuando acabó la carta se la entregó a Pablo para que le hiciese el favor de mandarla a nombre de la escuela para así llegar más rápidamente a su destino.
Pasado un rato, Pablo se acercó a ella, la miró entre lágrimas de alegría y le dijo:
- Margarita, es tu día
- Sí Pablo, si yo estudio.- contestó.
- No, me refiero a que hoy es tu día, toma tu carta, se la podrás dar tú misma en persona.- dijo dirigiendo su mirada a la ventana…
…allí se encontraba su padre, la observaba sonriente, feliz, emocionado, orgulloso…su hija por fin era una más con la oportunidad de estudiar. Margarita se levantó con las piernas temblorosas y corrió hacia él.
Años después, al padre de Margarita le propusieron abrir una tienda de alimentación allí en el centro del pueblo; su madre comenzó a impartir clases de pintura en una casa donde se reunían ancianos del pueblo; Lucia fue a la ciudad para estudiar enfermería y Margarita emigró a Francia donde abrió una biblioteca en la escuela que fundó su esposo Pablo.
FIN
NOMBRE: ISABEL OLMO FERNÁNDEZ
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